jueves, 17 de septiembre de 2009

La Carta

Durante mucho tiempo había guardado su carta sin abrir.
Siempre la llevaba en el bolso, a mano, por si una emergencia emotiva le conducía irrefrenablemente a romper el sobre , sacarla de dentro y leerla.
Hubo días en los que al olvidarse de las formas de el casi estuvo a punto de saltarse sus normas y devorar aquel trozo de papel con ansiedad, pero resistió el envite y supero aquel primer instante para después con la calma alegrarse de no haberlo hecho.
Las peores tentaciones de caer en su lectura venían de la mano del rutinario viaje en metro de plaza Cataluña a Marina.
En el autobús eso no le pasaba, se entretenía mirando los edificios, los semáforos, las luces de la ciudad, pero el metro era otra cosa, solo había gente y ella hacia mucho que se autoexcluía del resto de los humanos.
Era en el metro, cuando encontraba un asiento donde dejarse caer y esperar a su estación donde metía la mano para tocar el sobre que la guardaba.
Por supuesto imaginaba como empezaba; Amor mío te hecho tanto de menos en esta lúgubre…o quizás no, quizás ponía ; Querida me despido de ti… puede que en aquel penal no le dejaran escribir su nombre, o tal vez no quiso revelarlo nunca, entonces pondría; Querida XXXXX me despido amor de ti sin pronunciar tu nombre, sin que ningún censor jamás pueda leer las letras y saber por quien vivir y morir valió la pena. No se como se despidió y tampoco quiero saberlo, me dije para mi misma en ese momento.
Una carta, era lo que sostenía en la mano la anciana del vagón de cola que murió dormida en el asiento ultimo junto a la ventanilla entre las estaciones de Plaza Cataluña y Marina.
No había a quien avisar, dijo el revisor mientras abrazaba a su cuerpo inherte en aquella frialdad de desconocidos que esa noche volviendo a mi casa me encontre por casualidad.
En objetos perdidos espera guardada en una caja, un bolso con una carta por si aparece alguien a reclamarla.

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